El blog de Otramotro

Ángel Sáez García

Un magnífico abono es el estiércol

UN MAGNÍFICO ABONO ES EL ESTIÉRCOL

No descubro nada nuevo admitiendo lo archiconocido o consabido (al menos, para el lector habitual de las urdiduras o “urdiblandas” de Otramotro, servidor), que me encanta pasar la vista, regularmente, cada quince días, por los PALOS DE CIEGO (y es que el marbete elegido por el nacido en Ibahernando, Cáceres, para que encabezara sus colaboraciones dominicales destila sarcasmo del bueno) de mi apreciado quinto Javier Cercas. Ayer, verbigracia, Domingo de Ramos, 13 de abril de 2025, leí el último publicado, en la página 6 del número 2.533 de EL PAÍS SEMANAL, titulado así: “¿Qué es la antipolítica?”. Tampoco descubro nada nuevo reconociendo lo asiduo, que, aunque coincido con él en muchas de las ideas que sostiene, siempre advierto algo en lo escrito por Javier con lo que discrepo. Si coincidiera en todo con Cercas, sería un mero clon suyo, una fotocopia o réplica de él. Y no podría aportar nada nuevo.

Tengo la capacidad de ser empático y/o de ponerme en el lugar de otro congénere mío, de compadecerme, por ende, de la circunstancia negativa que padece. Ahora bien, noto una imposibilidad, que no puedo penetrar en su conciencia para saber, a ciencia cierta, qué piensa, de veras. Y es que todos los seres humanos, todos, sin excepción, erramos y, por tanto, hemos sido, somos o seremos, incluido el abajo firmante de estos renglones torcidos, por supuesto, alguna vez en nuestra vida, unos hipócritas (vocablo vocativo que, en singular, procede, directamente, del griego clásico, para dar cuenta de quien finge —que es lo que no es, o que siente lo que no siente—; otro tanto cabe aducir de la voz “idiota”, de semejante jaez, que otrora, in illo tempore, se usaba para distinguir al ciudadano político, el que se ocupaba en su quehacer de perseguir el bien común, general, de la ciudad-estado, del que era un egoísta, pues solo buscaba el beneficio propio), algunos, redomados.

Digamos, por abreviar, que abundo con Javier en dos terceras partes de su texto, las primeras, y disiento de la tercera, final (aunque me vería obligado a hacer muchas salvedades, claro; son las servidumbres que lleva aparejada la expresión latina grosso modo, o plus minusve, a grandes rasgos, más o menos). Comienzo a discrepar a partir de la séptima línea de la segunda columna; desde “antipolítica es que un político se llame a sí mismo pacifista porque se niega a ayudar a los ucranios que han decidido defender su país de una invasión” hasta “en definitiva: lo hacen porque se lo permitimos. No deberíamos permitírselo” (sin olvidar lo aseverado arriba, que estoy de acuerdo con él en mucho de lo que defiende).

El argumento de Cercas (desde “antipolítica es que un político…” hasta el final del parágrafo, “son ayudantes del verdugo”) no se lo voy a refutar yo; le pido prestado el razonamiento a un profesor de instituto público, Manuel Delgado Gómez, de Lucena (Córdoba), que, en una carta a Pepa Bueno, la directora de EL PAÍS, publicada ayer, en la página 16, en la titulada “Enseñar empatía en tiempos de odio” dice así: “Lunes en un instituto público. Una compañera me cuenta cómo un alumno la ha acusado de tergiversar la historia al no utilizar una cita completa de José Antonio Primo de Rivera que alude a ‘la dialéctica de los puños y de las pistolas’, corrigiéndola y citando de memoria. El alumno defiende su punto de vista ante la posibilidad de tomar armas frente a los enemigos de España. Por desgracia, no es un caso aislado. Nos encontramos frente a estudiantes cada vez más violentos y que nos consideran sus enemigos. Muchos jóvenes son víctimas de un proceso propagandístico iniciado en las redes sociales y al que sus padres resultan, mayoritariamente, ajenos. A muchos nos queda la impresión de estar haciendo mal nuestro trabajo: no conseguimos ya despertar la empatía y el horror frente a la violencia, porque se ha repetido el mensaje de que los profesores adoctrinamos y somos fuentes de conocimiento poco fiables. Muchos de nosotros tenemos la impresión de que los alumnos valoran cada vez más la violencia por encima del amor o la tranquilidad. ¿Cómo enseñar a ser feliz a quien quiere consumirse en el odio?”.

Considero que no es antipolítica “el exabrupto de un particular que protesta por la degradación de la política y que, con la bilirrubina por las nubes (quien suscribe padece hiperbilirrubinemia, entre otras razones, sospecha, porque, mientras escribe estas líneas a mano, con la ayuda de un BIC azul sobre unas cuartillas gualdas, hay varias carreras de caballos, al menos, eso es lo que se lo parecen a él, en el pasillo del piso de arriba, pero ya estoy harto de llamar al 092; no me extraña que los policías municipales estén ahítos de mis llamadas o tengan otros asuntos prioritarios que solucionar antes; así que me queda el recurso de dar una serenata vespertina, o poner música clásica o el programa de Radioestadio de Onda Cero a alto volumen, y les haga escuchar, velis nolis, el partido de fútbol entre el Club Atlético Osasuna y el Girona Fútbol Club, para ver si entran en razón —aunque yo mismo me contradigo al momento: ¿no han entrado en los años que viven arriba y lo van a hacer ahora?; por favor, no me hagas reír, no seas iluso—), dice que la política es una mierda y que todos los políticos son iguales” hasta “sursuncorda”. De hecho, creo, a pies juntillas, que eso es lo que hace el propio Cercas en el inicio de dicho entrecomillado.

Disiento de esto otro: “No: la antipolítica no es lo que hacen ni lo que dicen los ciudadanos, aunque se equivoquen”. Según mi criterio, la antipolítica la propicia, asimismo, cualquier ciudadano irresponsable que decide equivocarse a sabiendas de que marra, diciendo, haciendo y decidiendo votar a opciones políticas, verbigracia, para que no falte en el Congreso de los Diputados la bronca, el bochornoso espectáculo, al que asistimos, un día sí y otro también (algunos hemos desertado para no contagiarnos de dicha locura, sin sentido ni provecho alguno). Y si el buen político se deja contagiar o contaminar por el mal político es que acaso no fuera tan buen político. El buen político es el que, si ve las cosas de manera distinta, o sea, opuesta a lo que dicen ver sus dirigentes, no se deja pastorear por ellos; y, si tiene que votar en contra, como votó Nicolás Redondo Urbieta, lo hace o deja el acta. El buen político es el que vota según su conciencia, no según su bolsillo.

La antipolítica, si no la hacemos, la favorecemos los ciudadanos, precisamente, por la razón que aduce Cercas al final de su PALO: “porque se lo permitimos. No deberíamos permitírselo”. ¿Cómo podríamos evitarlo? Seguramente, de diversos modos. Y, como este menda reconoce ser un epígono de fray Ejemplo, pondrá uno, clarificador.

Actualmente, el voto en blanco apenas tiene recorrido, carece de sentido, no sirve de nada, es vano. Si el ciudadano no encuentra en la oferta electoral, en el amplio y desplegado abanico que se le presenta, una varilla o partido que satisfaga, si no todas, buena parte de sus inquietudes, lo lógico y normal es que o no vote o vote en blanco, que es un castigo, en cierta forma, al resto de opciones presentadas. Ahora bien, para que el voto en blanco tenga verdadero empaque y sentido, habría que promover una iniciativa legislativa popular en la que se aprobara que, si los votos en blanco suponen, tras el preceptivo escrutinio, en el subsiguiente reparto de escaños, dos asientos, siete, treinta y nueve o doscientos para el voto en blanco, esos escaños deberían quedar vacíos, sin ocupar, pues esa es la verdadera opinión y decisión del pueblo soberano. Acepto que la sugerencia tiene mucho de imposible y hasta de absurdo, pero otros imposibles dejaron de serlo cuando un grupo de ciudadanos, de mancomún, decidieron intentar llevarlos a cabo y los irrealizables devinieron posibles, realizables. La iniciativa haría ponerse las pilas a todas las formaciones e impedir que en sus filas se colaran de rondón politicastros, políticos de tres al cuarto o de chichinabo.

   Nota bene

   Me encanta el adagio 105 del “Oráculo manual y arte de prudencia” (1647), de Baltasar Gracián: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno; y aun lo malo, si poco, no tan malo. Más obran quintas esencias que fárragos”. Por la muestra presente, a mí no me encaja, pero acaso le cuadre al genial Andrés Rábago, EL ROTO, quien, en la viñeta del domingo, que aparece en la página 17 de EL PAÍS, pinta una boñiga enorme y un escarabajo pelotero que la transporta y asevera: “EL ESTIÉRCOL ES UN ESTUPENDO FERTILIZANTE POLÍTICO”, una certeza apodíctica.

   Ángel Sáez García

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Ángel Sáez García

Ángel Sáez García (Tudela, 30 de marzo de 1962), comenzó a estudiar Medicina, pero terminó licenciándose en Filosofía y Letras (Filología Hispánica), por la Universidad de Zaragoza.

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