Qué determina que a un niño o una niña les guste leer? ¿En qué rincón de sí mismos reside dormido el interés por la lectura? ¿Cómo despertarlo, y cómo es que en una misma familia, con idéntica educación, un niño salga lector y otro menos o en absoluto? Y una vez en vilo, ¿hacia dónde orientarlo? Pues no se trata solo de que lean, sino de encontrar para ellos el camino que les lleve, paso a paso, "sin precipitación y sin descanso", que decía de los astros Goethe, citado por JRJ, a verdes e inagotables pastos. Y leer a todo pasto es acaso el primero de los placeres superiores que se descubren en la infancia.
En el trayecto hacia las lecturas adultas no se trata tanto de la importancia de la estación de partida (Salgari, Verne, Stevenson son algunas de las más frecuentes y suntuosas), como de aquellas otras que nos esperan a lo largo de nuestra existencia.
Mi salida a la maravillosa derrota del leer fue sin duda la colección completa de las Aventuras de Tiburcio y Cogollo, cinco tebeos dibujados y escritos por nuestro tío cura César Trapiello. Fue no tanto una estación de partida como un modesto apeadero en mitad de la nada.
Se trasladó a nuestra casa cuando murió la abuela Laura, con la que vivía en el viejo Hospicio de León, del que era capellán. Sucedió esto en 1959. Traía consigo una pequeña biblioteca, la suya y la de su tío Pepe (tío abuelo nuestro, por tanto). Había sido este Inspector de Enseñanza, parco modernista a lo Rubén Darío y Amado Nervo y lector de revistas como La Esfera. Pero fue lo más exótico de su impedimenta el cajón de madera en que arrastraba casi íntegra e invendida la edición de aquellos tebeos.
Los había publicado a sus expensas en la Imprenta Católica de León hacia 1940, si es cierto lo que oímos alguna vez: un productor alemán le había propuesto llevar al cine las aventuras de aquellos dos personajes quijotescos. Finalmente los nazis perdieron la guerra y el productor (relacionado no sé cómo con la Legión Cóndor, por entonces acuartelada en la ciudad) desapareció.
"No había TV ni mucho entretenimiento, y sobre ser tediosas las horas de los niños en vacaciones, aquellas, sitiados por nieves y heladas, se nos hacían eternas"
Del mismo tamaño y formato que Roberto Alcázar y Pedrín, igualmente de 1940, en la portada solo figura su apellido, pero no su condición de presbítero, y sólo al final confiesa que se ha limitado a dibujar "las memorias" de esos dos amigos suyos. Se vendía cada unidad a 2 pesetas y los héroes no resultaban en absoluto eclesiales ni mojigatos, bien al contrario: eran audaces e ingeniosos para salir de los aprietos que los llevaron de Rinconera (trasunto de Manzaneda de Torío, donde nuestro tío había sido párroco), a la Polinesia y Alaska, burlando bandidos y escapando a los caníbales, entre cien peripecias más.
Pese a la pobreza del papel y estar en blanco y negro, las viñetas son de un gran realismo virtuoso, y la trama, ingenua, divertida y trepidante, resulta de lo más convincente.
Las de ahora se parecen poco a aquellas navidades de hace sesentaicinco años, y más en una ciudad mortecina y discreta que entonces apenas tenía sesenta mil almas. No había televisión ni mucho entretenimiento en las casas, desde luego, y sobre ser tediosas las horas de los niños en vacaciones, aquellas, sitiados por nieves y heladas, se nos hacían eternas. Solo la lectura de esos cinco tebeos hospitalarios vinieron a templarlas, y recuerdo que conforme terminaba la quinta entrega, volvía yo a la primera, como decía Ferlosio que leía él las Vidas paralelas de Plutarco. Y así durante algunos años, hasta mi mocedad.
Pasado el tiempo, aquel cajón acabó llevándoselo el trapero. Únicamente se libraron unos ejemplares. Mi madre encuadernó un juego para cada hijo, y como oro en paño guardo el mío, fuente de cuanto habría de leer más tarde. Es el que ahora releo embelesado. Una de las quintillas con que mi tío (que tenía también sus pujos de poeta) alargaba el suspense, me hace sonreír: "Y si los hombres malvados/ acosan con insistencia,/ si es que no estamos culpados,/ dar a Dios nuestros cuidados/ y que Él nos dé la paciencia". Se diría que presagiaba esto nuestro de ahora. Próspero año nuevo.